8 mar 2015

LA CASA DEL OBISPO

"Pensando en estas cosas he llegado a la casa del Obispo. He recorrido la alameda de viejos álamos, ya vestidos de menudas hojas; he llegado luego hasta la fuente, y he contemplado el ancho especho de la balsa, cubierta a trechos por el sedoso légamo verdinegro. El manantial susurra y corre burbujeando por la limpia canal; el cielo está azul; la llanura calla. Y una bandada de palomas traza un inmenso círculo y se abate con aleteo nervioso sobre un tejado.
He ido luego a la casa de Iluminada. No he visto entrar ni salir a nadie. Probablemente estarán trabajando lejos, en los sembrados -he dicho. Y como estaba cansado, me he quitado el gabán y el sombrero y los he puesto sobre el pozo que está junto a la puerta. Después me siento y permanezco absorto un instante... Oigo ruido en el piso alto; suena un portazo; una canción rasga los aires... Y yo me estremezco de pies a cabeza. ¡Es Iluminada!... Me levanto: Iluminada aparece en la puerta. Ella se pone roja y yo me pongo pálido. Ella avanza erguida e imperiosa: yo permanezco inmóvil y silencioso. Al aparecer en la puerta la he visto cómo vacilaba, sorprendida, temerosa, durante un segundo; pero ahora ya es la de siempre y la veo ante mí fuerte y jovial.
Iluminada me iram fijamente a los ojos y me pregunta un poco irónica:
- ¿Ya has venido, Antonio?
- Sí, sí -contesto yo como un perfecto idiota-; ya estoy aquí.
Iluminada observa mi traje negro, la ancha cinta negra del monóculo, mi negra corbata 1830, que da vueltas al alto cuello y en la que una esmeralda reluce vivamente. Luego me pone sosegadamente la mano en la cabeza y dice:
- Tienes el pelo muy largo.
Y callamos un instante. Un instante durante el cual ella continúa repasando mi indumentaria genial, mientras en sus labios se dibuja una sonrisa irónica.
- No me has escrito, Antonio - dice ella frotando con la yema del dedo índice la esmeralda de mi corbata.
- Es verdad - digo yo tontamente -, no te he escrito.
Entonces ella me pone las manos sobre los hombros y me hace sentar en el banco con un vigoroso impulso, mientras grita:
- ¡Eres un majadero, Antonio!
Y ríe jovialmente en una estrepitosa carcajada." (La voluntad, Azorín)

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