YO, PEQUEÑO FILÓSOFO

YO, PEQUEÑO FILÓSOFO

"Yo, pequeño filósofo, he cogido mi paraguas de seda roja y he montado en el carro, para hacer, tras largos años de ausencia, el mismo viaje a Yecla que tantas veces hice en mi infancia. Y he puesto también como viático una tortilla y unas chuletas fritas. Y he visto también desde lo alto del puerto pedregoso los puntitos imperceptibles del poblado, allá en los confines de la inmensa llanura, con la cúpula de la iglesia Nueva que irradia luminosa. Y he entrado después en la ciudad sombría... Todo está lo mismo: las calles anchas, las iglesias, los caserones, las puertas grandes de los corrales con elevadas tapias."(Azorín, El pequeño filósofo)

LA VOZ DE AZORÍN

Entre 1931 y 1933 Tomás Navarro Tomás dirige una colección de grabaciones sonoras de grandes autores, entre ellas la de Azorín. 

Podéis escucharlo aquí




APÉNDICE GAZPACHERO 



Los gazpachos se guisan también en tierras de Levante con especialidad en Yecla.
No tienen singular los gazpachos manchegos. En realidad, los gazpachos de la Mancha – y esa es la razón de su plural – son los innúmeros trocitos de torta que los constituyen.
Los gazpachos son consustanciales de la Mancha, de España. No nos imaginamos unos gazpachos en París. No divaguemos; volvamos, en la Mancha, a los añicos, las menuzas, las trizas, los ápices de la no leudada torta. 
Podemos comer los gazpachos en su modo primitivo, elemental: en una mesita de pino, baja, de patas divergentes, despatarrada, cubierta con mantel de crudo esparto; comeremos con cuchara de palo, de duro y blanco boj; no será cosa de que llevemos la elementalidad al extremo: comer con cuchara formada por la misma torta. Podríamos ver en esa cuchara un símbolo, según el pueblo, cuando dice que una cosa dura “lo que cuchara de pan”. Creo que en esta guisa, comidos en su secularidad, estamos, con los gazpachos, más cerca del concepto “Europa” que en mesa procazmente fastuosa. En el supuesto de que exista Europa, y de que sea, entre otras cosas, sencillez, pristinidad.



Guardan relación los gazpachos con el lugar donde se comen; puede ser en la falda de un monte, entre carrascas, en un atochar. Hemos dejado la vecina Mancha y nos encontramos en Levante; todavía conservamos vestigios manchegos; en éste el antiguo –e indeterminado- “campo espartario”. Estas mismas atochas han sido, hace siglos, muchos siglos, esquilmadas por los romanos para sogas de sus barcos, para crezneja de sus atadijos. No faltarán el enebro, ni la sabina, ni el romero con sus florecitas azuladas. Del enebro sale la miera con la que curamos las ovejas, la ginebra con la que nos confortamos. Los gazpachos agradecen también el enjalbegue blanco, nítido de la Mancha y de Levante.
No desentonan tampoco los gazpachos –antes convienen- en una vieja y lóbrega almazara de ciudad histórica; almazara donde nos alumbramos con candiles y donde la prensa es todavía de viga.


(La vetustez en las almazaras ha desaparecido ya, según creo; yo, en mi puericia he comido gazpachos con aceite nuevo, en el campo espartario, en almazara clásica, en ciudad milenaria; era de rigor probar en los gazpachos el aceite que se estaba elaborando: un aceite espeso, dorado, verdoso a veces, que se crecía en la sartén). Esto mismo que nosotros estamos ahora  haciendo –mascar y moler- lo hicieron igualmente los romanos, y después los godos, y después los árabes, y, antes que todos, los fenicios. Advertimos, en un momento, condensada en la almazara toda la historia, viva y dramática de España.


Azorín, Madrid 1951

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