8 mar 2015

DESDE LO ALTO DE LAS ATALAYAS...

"Desde lo alto de las Atalayas, el campo del Pulpillo se descubre infinito. A lo lejos, en lo hondo, la llanura -amarillenta en los barbechos, verde en los sembrados, negra en las piezas labradas recientemente- se extiende adusta, desolada, sombría. En perfiles negruzcos, los atochares cortan y recortan a cuadros desiguales el alcacel temprano. Los olivares se alejan en minúsculas manchas simétricas hasta esfumarse en las estribaciones de los terrenos grises. Y acá y allá, desparramadas en la llanura, resaltantes en la tierra uniforme, lucen blanquecinas las paredes de casas diminutas.
Enfrente, las lomas de las Moratillas corren ondulosas a la derecha, destacando en el cielo sus mejas y picachos, hasta sumirse en suave declive con el llano. Adentro, en la inmensa profundidad del horizonte, la leve pincelada de la cordillera de Salinas azulea por encima de otra larga pincelada blanca de la niebla. Y a través de la niebla, al pie de un cerro, la microscópica silueta de una cúpula destella imperceptible. Luego, cerrado el claro abierto, la montaña recomienza bravía sus corcovas.
En las Moratillas, grandes rasgones rojos descienden de la cumbre hasta los recuestos tapizados de atochas. Sobre el lomo ondulante, a la otra banda, destaca una distante montaña festoneada de pinos. Los puntitos negros se esparcen claros, se apelotonan en densas manchas, resaltan sobre el perfil en pequeñísimo dentelleo.
El aire es vivo y transparente. En la lejanía el cielo cobra tonos de verde pálido. El mediodía llega. La mancha gris de los olivos se esclarece; el verde oscuro de los sembrados se torna verde claro; suavemente se disgrega la niebla. Y la cúpula, en la remota hondonada, irradia luminosa como un diamante...
El campo está en silencio. De una casa oculta entre negros olmos surgen recta una columna de humo blanco. El minúsculo trazo negro de una yunta se mueve allá en lo hondo lentamente, El solo espejea en las paredes blancas. De cuando en cuando un pájaro trina aleteando voluptuoso en la atmósfera sosegada; cerca, una abeja revolotea en torno a un romero, zumbando leve, zumbando sonora, zumbando persistente. Luego desaparece...
En el Pulpillo, Azorín contempla la campiña infinita. Ante la casa, un camino amarillento se aleja serpenteando en violentos zig-zags. En los días grises, la tierra toma tintes cárdenos, ocres, azulados, rojizos, cenicientos, lívidos; las lomas se ennegrecen; los manchones rojos de las Moratillas emergen como enormes cuajarones de sangre. A ratos, el gemido del viento, el tintinar lejano de una esquila, el silabeo imperceptible de una canción fatigosa, conmueven el espíritu con el ansia perdurable de lo Infinito. Y Azorín contempla a través de los diminutos cristales el cielo gris y la llanura gris.
Al anochecer, bajo la ancha campana de la cocina, ante el fuego de leños tronadores, Azorín permanece absorto en el corro de los labriegos. Fuera, la mancha negra del cielo se funde con la mancha negra de la tierra en las últimas claridades de un crepúsculo. Los picachos de las Atalayas se borran; los perfiles de las Moratillas desaparecen. En lo alto una débil claror recorta los contornos de las nubes inmóviles." (La voluntad, Azorín)

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