19 feb 2015

EL PULPILLO

"Desde Jumilla he venido en carro hasta la casa de don Antonio Ibáñez, que es la primera de las que hay en el Pulpillo. Aquí he bajado: deseaba volver á pisar la tierra de esta inmensa llanura, respirar el aire á plenos pulmones, bañarme en el sol tibio, de primavera, que inunda la campiña. Y he sentido, al tocar tierra y extender la mirada á lo lejos, una sensación como de voluptuosidad triste, de angustia y de bienestar... La llanura verdea en su extensión remota; los sembrados están altos y se mueven de cuando en cuando, como oleadas, mecidos por ráfagas suaves de aire templado. Veo las rojizas lomas de las Moratillas, las Atalayas con sus laderas amarillentas salpicadas con los puntitos simétricos de los olivos, la imperceptible silueta azul, allá en el fondo, de la sierra de Salinas. La casa del Obispo, donde yo estuve con el maestro la última vez, aparece en medio del llano; su techo negruzco asoma entre la cortina verde de los olmos; la chimenea deja escapar una blanca columna de humo que asciende lentamente. Y las negras copas romas de los cipreses emergen inmóviles en el azul del cielo. No se oye nada; no se ve á nadie. Y yo pienso, mientras recorro este camino pedregoso, que rompe en culebreos violentos la planicie, en la ruina tremenda de este país desdichado. —Estos pobres labradores —decía yo— han sido ricos un momento y luego volvieron á unirse con la miseria. Duró el contento lo que duró el tratado con Francia relativo á los vinos, ó sea de 1882 á 1892... Entonces como los vinos alcanzaban grandes precios, los labradores dedicaron sus tierras á la vid. ¡No más olivos, ni cereales, ni almendros, ni frutales! Una hectárea de cereales producía 200 pesetas; una hectárea de viñedo, 1000. ¡Y todo fueron viñas! Los pequeños rentistas se convirtieron en grandes rentistas; se ensancharon rápidamente los pueblos; se construyeron casas cómodas y elegantes; iban y venían por las calles carruajes y caballos; desbordaban los casinos de gente jovial y gastadora. ¡Todos estaban alegres y sanos! Todos eran fuertes y ricos!... Luego el tratado con Francia acaba; llega la depreciación de los vinos; poco á poco la alegría se apaga; los ensanches de los pueblos se paralizan. ¡Se alza formidable la usura! Y los pequeños propietarios malvenden sus cosechas, hipotecan sus fincas, cierran sus bodegas. Y en Yecla cae una nube de prestamistas valencianos: el valenciano tiene algo de judío; es sigiloso, hábil, flexible, astuto en trueques y contratos. Y en Yecla extienden sus finas redes y van mañosamente recogiendo la pecunia de los labriegos angustiados. Se presta al 12, al 15, al 20 por 100; se prestan otras veces mil reales, se consignan dos mil en el documento, y se le perdonan al prestamero generosamente los réditos... Yo he visto cómo este buen pueblo, antes alegre con el bienestar, se ha ido entristeciendo con la miseria. Y la miseria aumenta... en Yecla, en Jumilla, en la región alicantina. En Jumilla la cosecha, este año, ha sido de 200.000 hectolitros; los buenos vinos claros se pagan á 8 ó 10 reales la arroba de quince litros y sesenta centilitros; los tintos comunes —que son casi toda la cosecha— se venden á 3 ó 4 reales la arroba... Este año apenas se han vendido 100.000 hectolitros; queda media cosecha en las bodegas. ¿Qué hacer de ella? ¿Qué hacer con los inmensos terrenos plantados de viña? ¿Dónde está el dinero necesario para cambiar de cultivo?... El labrador mira tristemente el porvenir: cada año la situación se agrava, el malestar se aumenta, la angustia crece. Y este ambiente de tristeza que se nota en la casa, en la calle, en la iglesia, en las fiestas, va densificándose, cristalizando en caras pálidas y de larga barba inculta, en trajes raídos, en gestos lentos, en silencios huraños, en suspiros, en reproches, en amenazas... La generación futura será una generación ferozmente melancólica. Engendrada en medio de esta angustia, la herencia pesará brutalmente sobre ella; y estos pueblos, ya tristes de peculiar idiosincrasia, serán doblemente tétricos. Dentro de quince, de veinte años, todo el odio acumulado durante cuarenta años, acaso estalle en una insurrección instintiva, irresistible, tan fatal como la rotación de un astro. Y entonces de Murcia, de Alicante, como de las Castillas y de Andalucía, el labrador se alzará con sus hoces y sus legones, y comenzará la más fecunda de las revoluciones españolas... Estos labriegos son sencillos, ingenuos, confiados; pero yo no he visto hombres más brutales, más grandiosamente brutales, cuando se les llega á exasperar; son como un muelle que va cediendo, cediendo, cediendo suavemente, hasta que de pronto se distiende en un violento arranque incontrastable. Hoy el labriego está ya muy cansado: la fe le contiene aún en la resignación. Dentro de algunos años —los que sean—, cuando la propaganda irreligiosa haya matado en él la fe, el labriego afilará su hoz y entrará en las ciudades. Y las ciudades, debilitadas por el alcoholismo, por la sífilis y por la ociosidad, sucumbirán ante la formidable irrupción de los nuevos bárbaros..." (Azorín, La voluntad)


El Pulpillo

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